Papá

Papá no me quiere, no lo dice pero se le nota en su mirada, ese par de ojos oscuros que siempre me evitan y, cuando no pueden hacerlo, pareciera que me maldijeran. Como si el simple hecho de estar viva fuera lo peor que le hubiera pasado. Mamá dice que no es cierto, que me equivoco, que tanto ella como él me amaron desde que sabían que ella estaba embarazada. Pero yo sé que miente.

Papá no me quiere, cuando tenía cinco años lo escuché a él y al tío Jorge decir que “era la viva copia de la sra. García”, mi abuela. Su nombre estaba prohibido en la casa, jamás la mencionan, solo cuando papá y mi tío Jorge tomaban hasta caerse de borrachos y maldicen las profundidades más oscuras del infierno.

“Ojalá te estés pudriendo al grado que ni los gusanos quieran comerse tus entrañas”.

Mamá siempre llegaba cuando los dos terminaban tumbados en el suelo y no se les podía entender ni una palabra. Me encontraba en algún rincón de la casa jugando con mi tío Toño, ella me cargaba y me llevaba a mi recámara, me decía “No salgas mi niña”, me daba un beso en la frente y salía a gritarle a mi padre amenazando con correr a mis tíos de la casa.

Ellos no tienen papá, Toño jamás lo conoció, papá y Jorge apenas recordaban una silueta llegar a la casa y, según ellos, las paredes temblaban.

Ellos no tienen mamá, está prohibido hablar de ella, el único que me cuenta historias a escondidas es mi tío Toño, sus ojos brillan y cuenta como ella lo acunaba y se sentía el niño más feliz del mundo. Hasta que un día simplemente no supo más de ella. Ella murió sola, nadie habla de ella, pero en la escuela nadie se junta conmigo porque ellos la habían abandonado. Qué clase de monstruo abandona a su madre.

Papá nunca habla de ella, ni siquiera cuando mamá le insiste y lo abraza mientras él se traga sus lágrimas… Los hombres no lloran.

Papá no me ama, no lo dice, de hecho nunca dice nada. Entre él y yo siempre habrá un silencio que mamá a veces intenta llenar con canciones, abrazos, comidas favoritas. El silencio de papá es frío, el silencio de papá pronto silenciará los cuentos de mamá, sus sonrisas, sus manos acariciando mi cabello… el silencio de papá se colara entre mamá y yo y luego no quedarán más que las miradas de culpa de mamá porque engendró a una niña que papá no puede amar.

Papá no me quiere en la casa, lo escuché maldiciendo una noche con mi tío Jorge la primera vez que mi tío Toño tuvo permiso de tomar con ellos “... y todavía tengo que ver su estúpida cara todos los días…”.

Esa noche ni siquiera mi tío Toño alzó la voz para defenderme.

Cuando cumplí 13 años mi tío Toño me regaló una llave, duré una semana buscando la puerta a la que pertenecía pero fue hasta que cumplí 15 años que me llevó a la casa de la Sra. García, mi abuela. Se la había heredado a mi tío Toño y me la estaba ofreciendo como refugio cuando no quisiera volver a casa. Él sabía que caminaba cada vez más lento para evitar llegar, que una noche incluso busqué resguardo en los vagones del tren y que el velador de la estación me encontró antes de que se cerraran las puertas y me había mandado a casa.

“Corriste con suerte”, decía mi mamá.

Tal vez por eso mamá no dijo nada cuando pasé mi primera noche en esa casa. Mejor un techo lejos de gente extraña.

La primera vez que entré apestaba a humedad y a algo que no logré identificar, el solo estar ahí me daba náuseas.

El olor venía del sótano impregnándose en cada rincón, el polvo daba cosquillas en la nariz y era frío, pero incluso ese frío no era tan duro como el silencio o la mirada de papá. Tuve que entrar a trabajar para poder comprar todo con lo que tuve que limpiar la casa, me ardieron las manos por el agua fría y los limpiadores, pero al fin la casa olía mejor. La puerta del sótano estaba bloqueada, nunca pude bajar ahí y algunas noches se le escapaba ese olor tan característico y a la siguiente mañana los olores del sótano desaparecían.

Me gustaba prender velas con aroma e inciensos. Una noche un gatito negro entró buscando refugio y comida, pobrecito, los dos podríamos morirnos de hambre así que intenté correrlo y aún así siempre regresó, se volvió una grata compañía.

La casa estaba prácticamente vacía, algunos viejos muebles tuvieron arreglo, otros simplemente los tuve que tirar a la basura. Mi tío Toño me regaló el viejo refrigerador que compró en un remate con su primer sueldo y mi mamá por la culpa, o porque mi papá no quería nada de mi, no lo sé, me llevó mi antigua recámara. A partir de ese día ya no regresé a casa con mamá y papá.

El sueldo de medio tiempo apenas y alcanzaba para la comida, las noches las usaba para estudiar o hacer la tarea y no atrasarme tanto en la escuela. Mamá a veces me visitaba, llevaba algún guiso y me recordaba no abandonar los estudios. Como si temiera que se me pegara la mala costumbre de abandonar que estaba escrito en el apellido de mi familia.

Resulta que el gatito es una gatita, aún no se que nombre ponerle.

Pese a los años en la escuela apenas y alguien me hablaba, ya nadie mencionaba la historia de la muerte solitaria de mi abuela, pero el sentimiento se había arraigado tanto en la gente que ya nadie entendía por qué pero solo sabían que no había que hablarme.

Y luego llegó ella a quien también señalaban y alzaban rumores. La verdad yo solo me preguntaba por qué se llamaba Rapunzel si su cabello era tan corto que se pegaba a su rostro. La miraba pero no igual que todos, porque había algo en su mirada cuando me miraba… ella me miraba… Rapunzel me miraba…

Papá no me quiere, no me mira, no me habla, no me ama… y aún así me pregunto antes de morir si alguna vez ha pensado en mi.

Miro a la gatita acercarse y mancharse las patas con mi sangre, lamerla ante la curiosidad, creo que hizo un gesto y sonrío, al menos no moriré sola.


Moonverti


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