Crisálida

 

De nuevo me invadía aquella sensación: el nudo en el estómago, un escalofrío atrapado en el cuerpo, lágrimas atoradas en la garganta; tenía tiempo de no sentirme así. Me miré en el espejo después de mojarme el rostro e intenté respirar profundo... -Tu puedes hacerlo-, me repetía un par de veces más antes de salir del baño. Me recosté en el respaldo del sofá de la sala vacía, no había nadie en casa, miré a la puerta de la entrada y me hice la pregunta que siempre me hacía... ¿a dónde llegaría si tan solo un día salgo y camino sin alguna dirección?

Siempre creí que una cuerda me jalaría del ombligo regresándome a casa, como una cuerda imaginaria, la sola idea de estar atrapada ahí me causaba nauseas; no es que fuera prisionera, era libre de salir cuando quisiera, ir al trabajo, visitar a mis amigos, entrar y salir a mi antojo. Pero al final del día algo me arrastraba de regreso y solo quería vomitar cada que me miraba al espejo, gritarle al reflejo que me estaba engañando... porque yo sí me sentía atrapada.

Corrí a la cocina y tome el primer cuchillo que encontré en el cajón, había algo adentro que se movía dentro de mi, lo sentía desde pequeña, siempre corría a decirle a mamá que algo volaba dentro y solo me decía que saliera al jardín a jugar, me alzaba el vestido para ver como la piel se estiraba, pero cuando se lo enseñaba a alguien no pasaba nada.

Respiré agitadamente, aquello iba a doler, de eso estaba segura, pero aquello que revoloteaba por dentro lo sentía hasta la garganta, ansioso por salir. Volví de nuevo frente al espejo y aquel reflejo comenzó a retarme con la mirada, volteaba a ver al cuchillo y me miraba desafiante -No te atreves-, me decía -no eres capaz de hacerlo-. No era que me quisiera detener, al contrario, me llamaba cobarde, pero esta vez lo haría, subí la blusa y vi como la piel se estiraba, pegué el cuchillo en la piel y todo se detuvo, respiré profundo y clave el cuchillo en el ombligo y lo subí hasta la garganta. Pude ver gracias al reflejo del espejo su mirada angustiada mientras millones de mariposas salían de mi cuerpo hasta que pude mirar abajo para ver la crisálida tumbada en el suelo, al fin vacía.

Aquella tarde pude salir de esa casa, libre de aquel cordón conectado al ombligo, libre de aquel cuerpo, por fin pudo salir el grito, las lágrimas, el escalofrío, al fin era libre.

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