Nona


"Nunca... nunca apagues una vela con tu aliento..."

Todo indicaba que la abuela no llegaría al amanecer, la casa permanecía fría y solitaria, justo como ella había predicho años atrás y, aunque aquella no hubiera sido su voluntad, solo nos teníamos las tres: la abuela, mi madre y yo.

Mi madre había salido de la recamara para prepararse algún té que la relajara mientras que yo no podía apartarme de su cama, sosteniendo su mano, para que no se sintiera sola y a pesar de aquel evento ella permanecía tranquila, rodeada de un halo de paz. En ocasiones abría los ojos observando la habitación y sonreía, eran los únicos momentos en los que ella pausaba su ya tranquila respiración.

-¿Ame? -mi abuela me llamaba por el diminutivo de mi nombre y yo presionaba su mano delicadamente para que me notara.

-Aquí estoy Nona.

-La vela... la vela que está en el tocador... -Intentó señalarla con su mano, pero ya no tenía fuerzas, solo alcanzó a abrir los ojos y mirar la sutil flama que danzaba. -No la apagues con tu aliento... no la prendas si ésta se apaga, si lo hace, espera nueve lunas y vuélvela a prender.

Recordé que desde niña mi abuela me había dado aquella instrucción... "Nunca apagues una vela con tu aliento", era una creencia que se mantenía en nuestra casa y que me hicieron jurar que la pasaría a mis siguientes generaciones. Mi madre decía que ella tuvo una hermana que no obedeció aquella norma y que la noche que sopló la primera vela los mensajeros de las sombras vinieron por ella, decían que el humo que danzaba al ser apagado cortaba los hilos que separaban la dimensión de los vivos y los muertos y que los mensajeros, atraídos por el aliento de quien soplaba la vela, se apoderaban de su alma y se la llevaban lentamente.

Mi tía no llegó a sus 13 primaveras y desde entonces mi abuela cuidaba que quien entrara en la casa ni siquiera apagara ninguna de las velas que había colocado.

-¿Cómo alumbraremos tu camino si no volvemos a prender tu vela? -Había empezado a dudar que mi abuela estuviera lúcida en aquel momento, si bien ella mencionaba también la importancia de mantener las velas encendidas para que alumbraran el camino de aquellas almas que descansaban en nuestro hogar, lo cual sucedía muy a menudo, incluso cuando una vela se apagaba, inmediatamente alguien la tenía que encender de inmediato.

-Es un hecho de que su vela se apagará, -mi madre había entrado a la habitación con una taza en mano a medio servir, las hierbas habían conseguido relajarla por lo que mostraba su postura- cuando los mensajeros llegan para llevarse a una alma, su vela se apaga, si la vuelves a prender ella quedará hipnotizada por la belleza de su flama y se quedará aquí atorada.

-Pero entonces ¿cómo le iluminaremos su camino?

No conseguía entender cómo dejaríamos que mi abuela quedara a oscuras en uno de los caminos más importantes de su existencia, sentía que era lo único que podía hacer por ella: iluminar su camino y ahora que está por partir me dicen que es algo que no puedo hacer.

-Prenderemos otra vela y cantaremos para que sea guiada con amor, una vez que pasen los nueve días podemos volver a prender su vela hasta que ésta se consuma por completo.

Mi madre, quien se había sentado a mi lado, secó mis lágrimas y tomó la mano de su madre sobre la mía y rezó unas palabras que quedarían grabadas en mi memoria hasta que yo estuviera en ese lugar, mismas palabras que yo le dicté a mi madre cuando estuvo a punto de partir en compañía de mis hijas, palabras que mis hijas repitieron en mi propio lecho de muerte.

Un viento helado se hizo presente y su vela se apagó justo cuando mi abuela dió su último aliento y en ese momento vi como unos seres entraron a la habitación, llevándosela; sentí escalofríos y supe que fueron los mismos que se habían llevado a mi tía.

Mi abuela se fue tranquila, noté su paz cuando salió de la habitación, mi madre sacó del closet una vela blanca y la prendió a lado de la vela de mi abuela, cada que se consumía prendía otra hasta que se cumplieron las nueve lunas. Cuando la vela de mi abuela se consumió al fin brotaron nuevas lágrimas en mis ojos y mi madre me abrazó, acarició mi cabeza mientras tarareaba la canción que mi abuela me cantaba antes de dormir y recordé todas las leyendas que ella me contaba, las cuales se habían impregnado en cada célula de mi ser y ahí supe lo que significaba ser parte de ese linaje de brujas, de aquellas que le pedían consejo a la luna y encendían una vela para iluminar cualquier pena... pero nunca, nunca, nunca se apagaban con el aliento de una bruja.

Moonverti

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